Es el momento de deshacerse de los relojes que habitan las venas, las células estructuradas del cuerpo que limitan el ser. Es el momento de hacer un pueblo a partir de nuestra sangre ida. Es el momento de ejercer la voluntad y el deseo unidos en fusión orgásmica. Las reinas inmortales no existen, y el brillo de los ojos empieza a apagarse si no lo alimentamos con la savia que restaura el ritmo de la vida. Es en un destello. Es en un leve parpadeo que apenas se percibe. Empezar a percibir detrás de las palabras, en el silencio que no se nos permite, bajo la capa de realidades externas a la esencia, sumergirnos en un buceo vertical aunque sintamos ahogarnos; todavía hay oxígeno en la sangre siempre que vayamos más allá de nuestra cáscara.
El eje no desaparece, sólo se oculta tras velos de miradas, opiniones y mucha imaginería equivocada. Hacer dioses de lugares comunes no es una meta placentera para seguir viviendo ahuecados, desintegrados y faltos de armonía. Hagamos de nosotros un espacio saludable, un refugio que nos habite siempre inalterable.
El eje no desaparece, sólo se oculta tras velos de miradas, opiniones y mucha imaginería equivocada. Hacer dioses de lugares comunes no es una meta placentera para seguir viviendo ahuecados, desintegrados y faltos de armonía. Hagamos de nosotros un espacio saludable, un refugio que nos habite siempre inalterable.