19/6/12

HILOS SIN ENLACE


Desde el borde de la mano se extienden hilos.

Se enredan en su terco aislamiento
o entablan conversaciones lánguidas con el cuerpo
abandonado en la celda más remota del tedio.
Atan los pies con las muñecas, y los nudillos
se agotan en el puño que no logra cerrarse ni abrirse.

A veces penetran desde las plantas hasta los pelos
en viaje vertical intenso, casi agresivo,
golpeando el cerebro -máquina. Lo aturden,
lo lubrican para fluir entre el rojo y el azul.
Lo obligan aunque exhale noes redondos.

Otras, hamacan partículas transparentes suaves
que ruedan lentas y aéreas en todas direcciones.
Las envuelven en un clima curvo y blando, descanso
para los ojos asfixiados de tantos silencios.
Un juego. Sólo un juego que se angustia
en la última partida, cuando las pequeñas esferas
estallan en el muro corrosivo del cinismo.

¿Un juego que nadie sabe jugar?

Y los hilos flotan desde el borde de la mano
hacia el origen de qué mar, de qué cielo
-cuál es la pertenencia, cuál el ser y el hombre
unidos en el cuerpo. Todo se corrompe
en la tierra apisonada por siglos.
Bajo los pasos se reproducen voces enterradas.
Su sangre cava túneles desesperados
que se encorvan y enderezan atraídos por la luz-
Una luz –debe haber una luz-
                   -la espera es movimiento
                   pero sigue siendo espera, ya visceral-
Una luz -¿ debe haber una luz?-

Nadie sabe azular paredes que trepan veloces
colgándose de cielos temibles ¿hacia dónde?

Desde el borde de la mano nacen
más hilos tenues, largos, infinitos, sin enlace,
con ansia que aumenta y agobia los huesos trajinados.
A su lado otros bordes de manos tienen agujeros viejos.
Manos grises y secas, sin hilos posibles,
como puertas sin goznes muertas en el piso.

A medio camino la desesperación, el no,
el grito que arranca desde la fuente océano.
Allí se reflejan los ojos espantados y fijos.