19/3/09

LA TEFILA


El leopardo se lanza sobre el alma desde el muro más alto. Embiste a su presa en forma feroz, sus colmillos desgarran cada tefila que intenta elevar. Un zarpazo más y llega al corazón, preciado fruto. Glorioso en su triunfo, se sienta sobre sus ancas, relamiéndose luego de saciar su voracidad, con los ojos atontados por el cansancio de la lucha. El alma despierta después del letargo animal, intenta otra vez más la conquista de la luz. Se eleva a través de alas transparentes, extiende sus hilos plateados hacia el cielo. No intenta luchar, sino extremar su luz en la calidez de la mañana, cuando el cielo tiende su manto azul lentamente sobre el mundo. Una meditación profunda eleva su mente. Ahora una sinuosa serpiente se desliza hacia su erguido cuerpo, trepa gélida desde sus pies envolviendo su tronco y brazos para dar la mordida final; el veneno se filtra en el pensamiento y mata el ardor del pequeño rezo. Otra vez las alas despliegan su potencial y extreman su fuerza sobre el mundo, hacia el canal de luz verdadero. Una manada de toros impide su vuelo y la extenúa sobre la llanura apagando su fuego. Tras yacer días enteros sobre la tierra seca, es realimentada por un cauce de agua fresca, y se eleva nueva, con espíritu fuerte sobre el mundo. En su viaje, remonta el cielo del atardecer, y lo surca hasta el sol. Sus alas son de plata transparente, y lleva violetas del último invierno, alimentadas por el rocío. En una maniobra audaz traza el horizonte, y lo trasciende.
Tefila: rezo, plegaria, en hebreo

LAS QUE ESTÁN

Encuentro a cada Laura erguida
contra una extensa pared blanca.
No conversan. No piensan. Sólo están.
Alguien observa y toca sus caras marmóreas.
Deposita rosas a sus pies, hojas blancas,
algo de fruta, cuchillos, un hombre,
una cama tendida, un par de alas,
un televisor, una jaula,
una fuente de música, un día de playa.
El estado pétreo de sus ojos atraviesa
cada cosa con la impasibilidad del fuego.
El viento solar roza las figuras
y comienza una danza giratoria. Ascienden.

Observo sus caras sueltas en el espacio verde y azul.
Se deshacen sus cuerpos y sólo queda un fluido
de olor incólume entre los hombres y mujeres que pasan
con sus actos y sus miserias.
No hay luz ni oscuridad. Sólo un canto
que se eleva por el único invisible canal.

Encuentro a cada Laura erguida en un círculo de fuego
que nace y muere irrepetibles veces
para verme nacer.

3/3/09

AQUÍ, EN SAN CAYETANO


Estoy en un puente donde la vida corre, parte hacia nada o se desplaza curiosamente hacia sus bordes.
Hay un cuento oculto tras mis ojos, inadvertido en el mundo, que está por contarse. Y aquí, en San Cayetano, el viento y la arena gobiernan los kilómetros de playa que insisto en caminar. Los bosques en su sonido fructifican su verde, y el detritus de la pinocha alfombra blandamente el suelo. Me invita a dormir un poco, a soñar hundida en la mullida cama vegetal. Aroma inigualable de pinos, acacias y eucaliptos restituye la confianza del alma. El sol va y viene entre algunas lluvias torrenciales, extremos del verano que limpian algunas fuertes pisadas del año que se fue. La arena vuela moviendo dunas, árboles, y pensamientos aquietados en el tiempo. La arena tapa y deshace junto al mar lejanas vidas, hechos pasados. Las olas lamen la orilla como queriendo borrar, pero sin borrar, como queriendo conocer siempre del mismo modo, irrepetiblemente, el mundo. Hay una plenitud de permanencia en este discurrir, en este diálogo íntimo de orilla-mar-arena-pies que refleja los signos de la existencia: todo es un devenir único que se expresa en una unidad apacible.
Un fuerte tejido reúne mis ojos y el horizonte, mientras la profundidad del mar es siempre la misma, la majestuosa soledad innombrada, la impasibilidad acuática y fluida plena de vida, donde me sumerjo de a ratos y ensayo nadar y volverme una con el agua. Belleza deseada y salvaje del mar, asible de a relámpagos y zambullidas.
Los caminos son menos, el tejido traza uno solo en esta medianía de mi edad, extenso y fuerte, de raíces nudosas e imbricadas que unen agua y cielo, tierra y fuego, una simbiosis solidaria y grácil que ilumina este caminar interminable por la playa.