En la mesa un don que no conozco
aturde el borde de la mano.
Hay un guiño ensimismado en la apertura de la pupilaallí donde cabe el alael dominio del cielola tormenta del nervio.
La palabra es líquida dentro del jazmín.Ella-alguien lo intuyedormido en el musgo de las venas.
Allí florece el don.
Un día de luzsin el clavo encefálico.
Allí respira el centro del airey en hiloslos pies se deslizanasilados en una olasin intemperies.
Me extiendo sobre tu frente
entro en sus intersticiossus nudos los míos.
Llevo mi prontuario inscripto en los huesos como reliquia inseparable de mis
arideces. Intento aliviar su lluvia atroz con dos manos extrañas tuyas -se alejan- Esta lluvia quemante de delitos y rituales no se detiene.
Pero hago una pausaen la carrera enloquecidade manos que agarran pelosy sombras de ojos dados vuelta.
Respiro el movimientode mis pies en la veredade mi pelo tejido con el vientoy los brazos en búsqueda extensa de las nubes.
Mi estómgao achicasu voracidadsu manía de tragar piedraso disfraces de estrellas.
Ahora esperoesa sutil recompensade lo cotidiano.La mesa me hablade mi tierra y mis pies.En la bibliotecala quietud.El regusto de lo viejoasimilado me llama.
Es mi pausa.Mi descanso en soledadde paredes acompasadas. Ritmos que nadie apreciaaquí presentesme enderezan y despiertan.
No postergo nada.Incertidumbre que nunca me permitoLa noche inacababley las horas lentasantes del parto.
A lo lejos oigoun movimiento de volcanes.Pero aquí todo está calmo.
El cielo permanecey mi guarida se abre.
La garganta atesoróun enjambrede luz míticaen huevos de transparencia.Fresco nido apurado en el vientreabrigo en el ojo-niño. Pez de sola sombraen la noche de la vena.El enjambre parió desde las uñas.