3/3/09

AQUÍ, EN SAN CAYETANO


Estoy en un puente donde la vida corre, parte hacia nada o se desplaza curiosamente hacia sus bordes.
Hay un cuento oculto tras mis ojos, inadvertido en el mundo, que está por contarse. Y aquí, en San Cayetano, el viento y la arena gobiernan los kilómetros de playa que insisto en caminar. Los bosques en su sonido fructifican su verde, y el detritus de la pinocha alfombra blandamente el suelo. Me invita a dormir un poco, a soñar hundida en la mullida cama vegetal. Aroma inigualable de pinos, acacias y eucaliptos restituye la confianza del alma. El sol va y viene entre algunas lluvias torrenciales, extremos del verano que limpian algunas fuertes pisadas del año que se fue. La arena vuela moviendo dunas, árboles, y pensamientos aquietados en el tiempo. La arena tapa y deshace junto al mar lejanas vidas, hechos pasados. Las olas lamen la orilla como queriendo borrar, pero sin borrar, como queriendo conocer siempre del mismo modo, irrepetiblemente, el mundo. Hay una plenitud de permanencia en este discurrir, en este diálogo íntimo de orilla-mar-arena-pies que refleja los signos de la existencia: todo es un devenir único que se expresa en una unidad apacible.
Un fuerte tejido reúne mis ojos y el horizonte, mientras la profundidad del mar es siempre la misma, la majestuosa soledad innombrada, la impasibilidad acuática y fluida plena de vida, donde me sumerjo de a ratos y ensayo nadar y volverme una con el agua. Belleza deseada y salvaje del mar, asible de a relámpagos y zambullidas.
Los caminos son menos, el tejido traza uno solo en esta medianía de mi edad, extenso y fuerte, de raíces nudosas e imbricadas que unen agua y cielo, tierra y fuego, una simbiosis solidaria y grácil que ilumina este caminar interminable por la playa.