8/7/09

LUZ-LUNA


Antes de irse a dormir, ella miró el piso de la cocina; no se dio cuenta hasta ese momento de que esa luz reflejada no era la ventana del vecino, sino la luz de la luna. Entonces, tuvo un recuerdo de la conmovedora luz de luna que rasgó tantas veces sitios de dolor fijo. Allí por fin se producía un quiebre de la realidad, y se abrían otras esferas más nítidas y profundas, donde no participaba el juicio humano, ni los proyectos, ni los deseos. Tuvo la vivencia de ese recogimiento íntimo que sólo se activaba con luz de luna, moonlight, no había como el inglés para expresarlo, la luz-luna. Plateada y blanca, redonda, fría pero aún cálida, envolviendo todo su ser femenino oculto durante el día. No había duda, sólo la luz-luna develaba esa fuente de paz nocturna, donde los silencios diurnos caían, las máscaras visibles se disolvían ante la simple belleza blanca-gris brillante de esa perla única del cielo. Y en la oscuridad fría de esa noche de julio, el largavista descubría las manchas y cráteres de su superficie. Su vida se afirmaba en fases diversas y multifacéticas, donde a simple vista resplandecía la plenitud de una blancura brillante, pero en detalle la belleza se completaba en cráteres, claroscuros, relieves inexplorados, y hasta el lado oscuro mantenía su misterio de siempre, que no intrigaba ni aumentaba el deseo, sino que simplemente permanecía así, como un misterio intrínseco y esencial a ella misma, sin expectativa ni seducción. Y en el callado mar del cielo, la luz-luna destilaba su pacífica miel blanquecina, acunando la noche que se adentraba en el alma.