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EL ANIMAL



El animal brota en la piel y crece. Agigantados sus colmillos por el hambre desgarra la ciudad que ayer frecuentaba desde nuestras manos. Rasga mi cuerpo hasta el corazón y me lo quita. ¿Lo ves? ¡Ja! Casi no podés creer, eso que amaste, un pedacito de carne sangrante en las garras de mi fiera. Fiera-destino come su obre primigenia, llenando su estómago de luchas y fusilamientos en plena cama, donde libramos cada combate con nuestros sexos, y lloramos como locos, y reímos como desahuciados. Ahora la bestia me mira furtivamente, parece que quiere arrancarme las manos; pero no, se vuelve en su asombro porque el corazón palpita por sí mismo, y sólo mira estupefacta descansando sobre sus ancas.
Reina un silencio sepulcral. Los tres miramos las sístoles y las diástoles casi fuera del tiempo. El animal bosteza, se sacude y empieza la retirada. Nosotros nos tendemos, fatigados en extremo, mientras mi corazón -¿mi corazón?- crece en un ángulo de la casa.

LA CITA



Están en el bar. Combaten con el pasado. Escuchan sus voces antiguas y sus gestos se transforman. El regreso sin límites. Un agua de la que no volverán. Rasgan la cotidianeidad como quien tira joyas por la ventana, en recepción de su ser. El desprendimiento y el olvido del mundo. O las breves traiciones de la memoria que deleita sus manos en los labios entreabiertos. Es la inocencia de míticos campos suspendidos entre frase y frase. Pero el mozo llega y trae la cuenta. Hay que pagar.