Noche cerrada. Apenas se distinguen las sombras. Sólo hay unos cristales que refulgen encima de nuestras cabezas, mientras caminamos en un camino oscuro, salpicado de figuras negras de árboles y matas. Algo puede intuirse entre las sombras, y puede ser un hilo de luz. Sólo los cristales refulgen, se ven como racimos abigarrados de uvas morado oscuro, que brillan en su piel y dejan adivinar sus esféricas superficies. Estrellas ardientes. No son como en la ciudad. Son almas que se suspenden en el cielo de la noche serrana. Son piedras que aparecen y desaparecen a medida que aguzamos la vista en la oscuridad, y surgen nuevas. Una ensambla a otra, en una cadena de fusión, en un tejido mullido y aterciopelado donde poder acostarse y descansar. Una cúpula de inmensidad deslumbrante que podemos atesorar en cada latido. Van rodando una a una dentro del alma, para fundirnos en esta única mirada extasiada. Mirada que nunca alcanza. Mirada que se vuelca hacia el alma cuando se inunda de la noche incendiada de estrellas. Y mientras caminamos, te miro sin verte, me miro en la fuente de la bóveda que nos abarca, nos miramos en una calidez poco frecuentada, en una tibieza de unión fraterna.
En San Marcos Sierras, Las Rosetas
En San Marcos Sierras, Las Rosetas