Hay muros más grandes
que el que impone el cuerpo,
los muros de la mente
que se abre en infinitos fractales
que se vuelve en bisagra
en
los recovecos del cerebro
como planos o poliedros
como túneles de misterio
y lugares ignotos
el cerebro traza nuestras
rutas,
sin saberlo el yo
me repliego en una
nueva curva
el tejido gris claro es blando
y sinuoso
y la mente reposa y brinca,
en todos lados, en ningún
lugar,
psicodélica y negra y blanca
tortuosa o simple
fuente de aguas primigenias
y de pozos secos y llenos de
escorpiones
como el pozo donde arrojaron
a Iosef
los hermanos
la verdad cubierta de mentiras
y las caras rebotan contra sí mismas
quieren tapar el amor
paterno
en un olvido de celos infantiles.
Hay muros más grandes
que el del cuerpo
los que la mente edifica
donde un laberinto puede dar curso
a la más sencilla virtud
y al más horrible acto de mal
y cohabitan
en el mismo eje.
Y el cuerpo es
el emisario
que encauza un hilo invisible
a través de la palabra dicha
de la acción
de un gesto de amor
del ir y venir
bajo el sol de los días
donde el ser
intenta descifrarse a sí mismo
donde el ser
se revela si el cuerpo lo
permite.