Las piernas
crecen en la baldosa, se afilan,
y los cuerpos
yerguen huracanes escondidos.
Se inmolan los
brazos a la quietud de la marcha.
Hay perros que
abrigan su angustia en los amos
y caminan con
nidos de luz, los hocicos bajos,
siempre adelante,
hasta ahogar la luna en sus lenguas.
Ruedan autos que
nunca se detienen en el mundo blando.
Y las cabezas se
defienden con pelos o calvicies,
austeras en sus
movimientos, como pesadas bolas,
cajas de
contenido demente, aullido que devora
camas en noches
insomnes y desnudas.
Piedra con raíces
medulares la garganta,
fruta henchida en
el verano sepultado.
Una sola manera
de mirar, de responder,
de escuchar el
silbido del viento.
Una sola manera
de abrir la puerta.
Y en el aire
amaestrado por manos áridas
va naciendo un hálito
que da a luz el
gesto irrepetible
en la cara
irrepetible
sin injuria ni
absolución.
Un mar mudo en
los ojos ante el sol que se revela
y los labios
sumergidos en la textura del cielo.
Fui testigo del
gesto.
Ahora , la
acusación.
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