6/1/13

PENDIENTE



Me asaltó un remolino y me tiró en pendiente. Pendiente de mí, de mi origen puesto en la ventana del mundo. Me arrojan el ancla y no la veo, entro en el ojo de la tormenta.
¿Era yo una flor acariciante, intimidad del día develada a tus ojos, y ese temor de morir aferrada a la llanura de la vida que atraviesa los años y las puertas?

¿Alguien ve esta turbulencia que succiona mi cuerpo en pausas lentas, extrae la médula y construye mis pechos, esta vorágine que surge desde mis huesos y me envuelve el sexo?

Ahora suben hombres, sacan boleto, y me llenan de ojos, de humedades invisibles y acicaladas. Corbata, miembro y valija es lo mismo. Crecen agigantados en mi cara y ni rozan mi permanencia. Ordeno a cada uno sentarse y obedecer a su impotencia, desnudo su pobreza de profundidad. Entonces una soga me tira de las manos hacia el costado del mar aéreo del cuerpo. Llueve un alud de piedras preciosas, sin peso; moldean mi tórax y frotan mi lengua con sabores incólumes.

Algún origen tendré entre los cardos y el desierto, los bosques húmedos y las lluvias de la selva. Entre el océano y el cielo puedo estirarme, y nadie sabe la elasticidad de mi piel y de mi alma, a punto de cortarse, sin quebrarse. Pálido habla un fuego que empieza a emerger y tengo el sitio exacto entre las personas. Hundo el índice en la materia y se ablanda. Hasta mis huesos llenan el espacio que habita el alma.

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