me perdí en mi propia fortaleza
donde aprendí muy bien
a sobrellevar el yugo de mi deseo
mis ojos eran dos lámparas encendidas
en la angosta calle que elegí
de una casa que nunca dio fruto
y sí tumbas
los huesos son brasas quemantes
en la garganta
no pueden escupirse
no pueden parirse
mientras el aceite del alma
da combustible a la sangre expulsada
algo empieza por fin a quebrarse
para desnudarme del lastre
y que sólo quede
la osamenta verdadera
la lengua la sangre
cráneo y sacro
la que soy
la que vine a ser
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